En la larga desolación, de que la luna
se tienda sobre mi corazón,
aunque
yo no lo quiera,
de que el pez se agarre a mi voz,
sin que yo
pueda mover una sola de mis intenciones,
atada para siempre a una mesa,
a la mesa de un cuarto vacío;
en esta larga desolación me
permito alguna locura,
de cuando en vez, luna quieta,
que se agarra a
mi ventana,
que quiere abrir mi corazón, mi puerta, la llaga
la llaga de
luz que se ambiciona;
la agobiante asfixia de entreabrir esa puerta y
ver a alguien,
alguien que no soy yo -pero que finge serlo-
atada a una
mesa, en un cuarto vacío,
mientras me ponen una inyección para
sobrevivir,
mientras la luna se pasea
por el fondo verde de mi
corazón
y mientras alguien, alguien que no soy yo,
entreabre esa puerta
que da a una habitación,
a un cuarto oscuro, oscuridad que se
niega a comprender,
mientras la luna corre por entre la oscuridad de
aquel cuarto vacío,
de aquel cuarto, entreabierto, con estantes llenos
de luz
-llagas abiertas- que se consuman en un sacrificio
-que no ha sido
pedido-, en ese cuarto, donde alguien,
-que no es aquella que no soy
yo-, finge dolerse,
de una llaga que no da luz, ni se ambiciona.
De Paloma Palao.