Cuando desapareces con el día
quisiera visitar la luna negra.
Dicen que allí no hay fábricas de faros,
que no se posa nunca la
lechuza
donde nadie plantó un árbol escrito;
que allí nada se
arraiga a tu recuerdo.
La noche es el tendero del recuerdo
y vende los cadáveres del
día.
Sé que los astros son el resto escrito,
lenguaje morse en una
mancha negra,
que ya sólo responde la lechuza
o el eco voluntario
de los faros.
Y a veces te pareces a los faros
cuando le compro al velo tu
recuerdo;
y a veces eres pluma de lechuza
que trae seca la luz de
último día.
Pero cierro los ojos y eres negra:
eres la tinta
endeble de un escrito.
Yo te conozco bien porque te he escrito
incluso donde no llegan
los faros.
Me supe camuflar, marea negra,
a la velocidad de algún
recuerdo
o travestirme luego de ancho día
con la ágil crueldad de
la lechuza.
Aunque tú eres la auténtica lechuza
y el eterno reencuentro
estaba escrito
desde el primer crepúsculo del día,
desde el primer
engaño de los faros:
que en mi ventana dejes en recuerdo
tu sola
discordante pluma negra.
También tu inverosímil sombra es negra
y me la das, incólume
lechuza,
ciñéndola a esta noche de recuerdo
tan blanco como nunca
se hubo escrito.
Y luces para mí tu nuevo día.
Deja que cribe el día en mi alma negra
-de faros picoteos, de
lechuza-,
deja que viva escrito en tu recuerdo.
De Esther Gimenez.