lunes, noviembre 29

Sótano del recuerdo


Es pura tontería que vivo entristecida
Y que estoy por el recuerdo torturada.
No soy yo asidua invitada en su guarida
Y allí me siento trastornada.
Cuando con el farol al sótano desciendo,
Me parece que de nuevo un sordo hundimiento
Retumba en la estrecha escalera empinada.
Humea el farol. Regresar no consigo
Y sé que voy allí donde está el enemigo.
Y pediré benevolencia... pero allí ahora
Todo está oscuro y callado. ¡Mi fiesta se acabó!
Hace treinta año se acompañaba a la señora,
Hace treinta que el pícaro de viejo murió...
He llegado tarde. ¡Qué mala fortuna!
Ya no puedo lucirme en parte alguna,
Pero rozo de las paredes las pinturas
Y me caliento en la chimenea. ¡Qué maravilla!
A través del moho, la ceniza y la negrura
Dos esmeraldas grises brillan Y el gato maúlla.
¡Vamos a casa, criatura!
¿Pero dónde es mi casa y dónde mi cordura?

De Ana Ajmatova.

sábado, noviembre 27

Hemos llevado juntos esta pena...


Hemos llevado juntos esta pena
como vaso de frágil porcelana.
Nos hemos arropado
con el mismo cobertor de tristeza.
Hoy has cabido
dentro de un puño frío y apretado,
pero, a pesar de todo, te dormiste.
Eres hombre cabal hasta en el sueño.
Te duermes sin caer, sin derribarte,
te duermes como deben de dormirse
los cíclopes, los hércules, los dioses.
Los centauros, las fieras, así duermen.
Tienes el abandono de los grandes
y si el sueño te llega, tu victoria
la pregona las sombras y los mástiles.
Toda la tierra vela cuando duermes:
hombre, pecho de mar, párpado oscuro,
pan de trabajo, río de sudores,
hombre puro de cara a la fatiga
acosado de dientes y veranos.
Eres más hombre aún cuando se encierra
tu limpia forma de mirar la vida.
Hombre mío, cansado y solitario,
tenaz defendedor de pan y risas,
condenado al amor y al sufrimiento,
hombre, amor al que arrimo mi desvelo,
compañero de almohada y despertares.
Si tú has dormido al fin, también yo puedo,
y si tú velas, en amor yo velo.
Venga ya para mí un trozo de olvido,
tome mi pecho el ritmo de tu pecho.
No nos pudo la pena, y de tu mano
corrió la sombra y se apagó en mi río,
corrió el dolor y se agostó en mi vena,
me inundaste de sueño junto al tuyo
y me dormí junto a tus costillares.

De Pilar Paz Pasamar.

miércoles, noviembre 24

Madrigal de un antigua voz


Cuando tu voz se pierda
en las veloces veleidades del aire,
y forme torbellinos de crepúsculos
o de quemantes oros,
si todavía escucho,
si todavía al alma
le impresionan los sonidos,
recordaré tus tiernas servidumbres,
tus estériles soledades
y el destino de las palabras pronunciadas.
Como si mirara un relicario
donde viviera escondido tu retrato.

De Serafina Núñez

martes, noviembre 23

Solterona


Esta chica de quien hablamos
en un paseo de abril ceremonioso
con su último pretendiente
súbitamente se asombró muchísimo
del charlar de los pájarosy las hojas caídas.
Así, afligida, ella vio
que los ademanes de su amante
agitaban el aire y se irritó
entre el caos de flores y de helechos acres.
Juzgó los pétalos confusos, la estación ajada.
¡Cómo deseó el invierno!
Austeramente, en orden minucioso
de blanco y negro de hielo y roca, todo deslindado,
de corazón a fría disciplina sometió,
exacto cual copo de nieve.
Pero he aquí: un capullo
de sus cinco sentidos de gran dama
una grosera confusión deduce:
traición intolerable.
Que el rinda al caos de la primavera: prefirió retirarse.
Y rodeó su casa de alambradas y muros impasables
contra el tiempo rebelde
tanto que nadie lo rompiera con maldiciones,
puños, amenazas,ni con amor tampoco.

De Sylvia Plath

jueves, noviembre 18

Porque me traían tu sueño...


Porque me traían tu sueño
yo amé los cielos de la tarde
y los árboles solos.
Y amé los mares en el alba
y las barcas abandonadas,
porque en ellas iba encontrando
¡tu recuerdo!
Ya sin los cielos de la tarde
ni los mares del alba
¡te tengo!
Libre de las imágenes
¡te tengo!
Porque ahora te amo
en esta soledad mía
sin recuerdos.

De Esther de Cáceres.

Desde nunca te quiero y para siempre...


Desde nunca te quiero y para siempre,
desde todo y quizá y para siempre,
desde el rotundo rayo que sube
por la acequia de las horas
al látigo crecido en mis pupilas ponientes,
veloz mi voz, mi viento:
vértigo de desembocadura
y el más ingrato delta para acabar el viaje.
Hasta la nada espero,
hasta lo lejos de la memoria inútil
y el cráter sin crepúsculo,
hasta la duda embriagada de rótulos celestes,
en la fiebre y la luna imantada de agosto.

De Amalia Iglesias.