miércoles, septiembre 29

Síndrome de abstinencia


No es tan tóxico ya:
también caduca el amor
en la fecha señalada en su dorso.
Ya no es ese veneno tan eficaz,
ni acaso necesaria
la urgente sobredosis.
Qué cualidad letal
la del amor filtrado en la memoria.
Regreso a las palabras y compruebo
que nunca se contagian o enferman
con las fases de mi intoxicación o mi delirio.
Siempre más sanas,
siempre a punto de ser dadas de alta
y de dejarme un poco más enferma.
Y nunca simultánea he sentido
la fiebre en mi otro cuerpo,
el que tiene por vísceras palabras.

De Aurora Luque

El escondite


Tengo miedo.
Jugábamos al escondite.
Yo me ocultaba
y tú me perseguías.
Pasaron largas horas
y tú no me encontrabas.
Pasó la primavera,
se esfumaron los largos días de verano
y vino el otoño
con su crujir de madera seca
y vino el invierno
con su dolor de corazón sepultado en la nieve.
Te espero en mi rincón
y tengo miedo.

De Irene Sánchez Carrón.

Al final...


Que pocas cosas duelen. Digamos, por ejemplo,
que se puede no amar de repente y no duele.
Duele el amor si pasa hirviendo por las venas.
Duele la soledad, latigazo de hielo.
El desamor no duele. Es visita esperada.
No duele el desencanto. Es tan sólo algo incómodo.
Somos así, mortales irremediablemente,
sin duda acostumbrados a que todo termine.

De Irene Sánchez Carrón.

Análisis tardío...


Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa;
que todo aquello que toco ya lo he tocado;
que soy prisionero de un interés indecente;
que cada convalecencia es una recaída;
que las aguas están estancadas
y todo tiene sabor a viejo;
que también el humorismo
forma parte del bloque inamovible;
que no hago otra cosa
que reducir lo nuevo a lo antiguo;
que no intento todavía reconocer quién soy;
que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre;
que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias;
que no saldré nunca de aquí por más que sonría;
que doy vueltas de un lado a otro por la tierra
como una bestia enjaulada;
que de tantas cuerdas que tengo
he terminado por tirar de una sola;
que me gusta embarrarme
porque el barro es materia pobre y por lo tanto pura;
que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.

De Pier Paolo Pasolini.